Registro de historias al interior de un corral de burros

Mary Carmen Molina Ergueta, 14 de enero de 2016

Publicado originalmente en La Razón

Atardecer en el Lago Titicaka. Un hombre recoge una red de pescar, mientras la lancha a motor se mueve incesante por el oleaje. La marea está alta y el sonido del agua toma todo el espacio. Vemos al hombre solo en un extremo de la rudimentaria nave, de espaldas a la cámara y frente al horizonte de un cielo ya oscurecido. Las olas mueven la lancha de forma circular y la cámara permanece fija detrás del pescador. El que filma se encuentra en el otro extremo del barquito, detrás del hombre y frente al mismo horizonte que acoge a éste: la cámara se queda fija y crea el horizonte de este hombre solo ante una inmensidad palpable, íntima, del lago y el cielo, el sonido del agua y el trabajo de las manos y el cuerpo del pescador.

Esta imagen condensa muchos de los sentidos y cuestionamientos del primer largometraje documental del boliviano Miguel Hilari, El corral y el viento. Narrada en primera persona, la película puede verse como se mira o como se imaginaría un álbum familiar: la memoria construye y destruye momentos, inventa cosas perdidas, las recupera para un tiempo distinto, donde las distancias entre lo que se es y la historia que nos sostiene se vuelve un campo inmenso de tensiones, espejos, muros, tejidos, imágenes y canciones. La historia que presenta el documental es compleja en cuanto lo que vemos son aristas, momentos concretos y herméticos dentro de los que se desenvuelve una trama que comenzó décadas, siglos atrás. A partir de la premisa de filmar Santiago de Okola, el pueblo de su padre, Miguel Hilari hace un recorrido imaginario por su propia historia, en una suerte de impulso testimonial y, a la vez, ficcional: en la vida cotidiana del campo, a través de las imágenes de los pocos pobladores de esta comunidad a orillas del lago, Hilari traza un recorrido hasta su experiencia propia, sus recuerdos, los que le pertenecen y los que no, sus visitas al pueblo de niño, su tío y su padre aymaras, su diario infantil escrito en alemán.

A partir de la imagen del hombre navegando en el lago –eje desde el que se planteará a lo largo del documental las complejas formas y sentidos que adquieren la mirada y el arraigo– la película insiste en las maneras de entender, trabajar, tensionar y proponer el registro, en sus distintos niveles y figuras. Así, el primer gesto del registro es el de la memoria, la que aparece en las líneas del diario infantil de Miguel, escrito en alemán; los recuerdos de la llegada del abuelo a la ciudad, La Paz extraña. Este gesto se teje con otro, que es la condición ficcional del registro de la cámara, del impulso de la mirada como documento de su propio discurrir: el registro tardío, o la reconstrucción de lo vivido pero, sobre todo, de lo recordado, lo que tal vez no se vivió pero que halla, desde siempre, un asidero en un imaginario más complejo de las historias íntimas y familiares. En la historia de Miguel, filmar es registrar, en tanto esto significa ver en los otros, ahora, una historia que dialoga con la propia.

El lugar que escoge el documental para aglutinar este encuentro temporal y cultural de la memoria es la infancia. Miguel se acerca, desde la primera secuencia de la película, a los niños de su familia en Santiago de Okola, sus primos posiblemente, parientes por el tío Francisco, el único hermano que se quedó en el pueblo. Así, vemos a dos hermanos jugando, disfrazándose frente a la cámara, en un diálogo de complicidad fraternal con ella y con quien pregunta detrás de ella. Con una inteligente mirada paródica respecto a la solemne escritura de la historia de las naciones, sus reivindicaciones, sus victorias y sus derrotas, a través de planos que juegan de forma irreverente con el civismo y sus escenificaciones escolares, Miguel hace una serie de cuadros con niños recitando poemas sobre las culturas ancestrales, poemas políticos en contra del imperialismo, cantando canciones del lugar, con wiphala, pollera y poncho. Los rostros, voces y expresiones inolvidables de estos niños contrastan con la historia que le da título al documental: décadas atrás, el abuelo de Miguel demando a las autoridades de Carabuco, pueblo cercano a Santiago de Okola, aprender a escribir y leer en castellano. Como respuesta fue encerrado en un corral de burros.

El corral y el viento se estrenó en el Festival Cinéma du Réel el domingo 23 de marzo, dentro de la sección de Primeros filmes. Miguel Hilari trabajó esta película desde 2010: el proceso largo corresponde con una manera de entender la relación de la mirada y lo que se mira, en este caso, la memoria íntima y su tejido con aquella más colectiva, cultural. Con el festival francés el documental inicia su recorrido internacional. En abril se presentará en la sección Panorama del Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente – BAFICI.